Textos

Servicios Integrales de Suicidios Efectivos S.A de C.V.

Un cuento de Nora Coss*

 

Digamos que existe una mujer que se dedica a dar asesoría a suicidas. Sus servicios garantizan por contrato una muerte exitosa. Nada de “Quedó tarado de por vida”, o “El seguro no cubre servicios médicos en intentos de suicidio, pase a caja a pagar, no aceptamos vidas, sólo Visas y Mastercards”, y/o el muy mal sabido “Pensó que con diez Diazepam y una caguama bastaría para sumergirse en el sueño eterno”. No.  Esta mujer es buena en su trabajo. Persona deprimida que quiera finiquitar su existencia, persona que se finiquita. Sus cuadros decorativos con frases motivacionales en su consultorio lo comprueban: “El verdadero infierno está aquí.” “¿De qué le sirve la vida si no la quiere?” “¡Se está acabando el planeta! Y usted sigue aquí…” Digamos que esta mujer se llama Carmina y tiene su consultorio en la calle Pánico número catorce en la colonia Mictlán Delegación Cero.

Digamos que también hay un Guillermo, un hombrecito que se dedica a estar triste y a tirar su mirada al suelo. Algo que hay que saber de Guillermo es que acaba de regresar de Australia y terminó con Tania, la razón, o más bien, la excusa que sostuvo durante cinco años para no acabar con su insignificante existencia. Tania y Guillermo vivieron un idilio como el de todos, pero en Australia, que básicamente allá y acá la historia termina siempre igual: mal. Y también digamos que Guillermo es parte de esa minúscula parte de la población donde el dinero no es tema de preocupación, que puede ir a Australia, enamorarse y regresar a este país y conseguir un trabajo en dos días e inscribirse a un gimnasio para que su sudor se confunda con sus lágrimas. Digamos que Guillermo es justo así.

Ahora, supongamos que Carmina no ha tenido tantos clientes como a ella le gustaría, que sus días se tratan de estar atenta al teléfono, a su correo, a su puerta, esperando que alguien desee, anhele la muerte guiada por un experto, o sea, ella. Son tiempos difíciles. La gente se ha obstinado con la tonta idea de que vivir es algo dignificante. Así que Carmina espera.

Digamos que Carmina ha agotado sus recursos en publicitarse. Ha colocado un sin número de anuncios en lugares estratégicos para su negocio. Hay que estar presente en la mente del consumidor cuando la necesidad surja, dicen los especialistas. Así que Carmina ha colocado publicidad adentro de los baños en los bares, en las básculas públicas, en los probadores de ropa, en la línea de producción de alguna maquiladora, en los recibos de los estados de cuenta de las tarjetas de crédito, y aun así la gente no llama. ¿Qué estoy haciendo mal?, se pregunta Carmina. Hago todo lo que tengo qué hacer, tal y como lo dictan los especialistas, entonces, ¿qué es? ¿Acaso el Hombre se ha vuelto ciego al sin sentido de su existencia? ¿Es por esto que mi teléfono no suena? Ella supone que sí.

Ahora digamos que Guillermo accede a ir de fiesta un viernes por la noche con sus colegas del trabajo. Digamos que piden de beber con la firme intención de acabarse ahí, y así, su quincena. Digamos que los de su mesa se la están pasando muy bien. Los de la mesa de al lado se la están pasando bien. La gente haciendo fila para entrar al baño se la está pasando bien. Los de afuera, los que están atrás de la cadena esperando que los dejen pasar para luego pasársela bien, ellos ya se la están pasando muy bien. Los meseros, que atienden a la gente que se la está pasando bien, también se la están pasando bastante bien. Todos se la están pasando bien, menos Guillermo.

Digamos que a alguien de la mesa de Guillermo se le ocurre hacer un chiste sobre Australia, justo el hombrecito que está sentado frente a él, el de corbata a rayas rosas y camisa lavanda. Digamos que el chiste es más o menos así:

—¿Por qué Jesús no nació en Australia?

—No sé, ¿por qué, por qué?

—Porque no pudo encontrar a tres hombres inteligentes ni a una virgen.

Supongamos que este chiste causa risa, qué origina un furor en la mesa de al lado y en las mesas de al lado de la mesa de al lado donde Guillermo yace aletargado, taciturno. Digamos que ese chiste se hace viral en el bar, que todos los que se le están pasando bien, que son prácticamente todos (menos Guillermo), empiezan a repetir jubilosos el remate del chiste: “Porque no encontraron tres hombres inteligentes ni una virgen, Juar Juar Juar.” Digamos que después de varias repeticiones, sólo vitorean la parte de “ni una virgen”, seguro porque no entendieron la parte del chiste de los tres hombres inteligentes. Seguramente. Digamos que el bar entero está embebido en una borrachera colectiva, que ellos celebran el hecho de que la vida es una larga carcajada de un chiste sin sentido. Pero Guillermo no celebra nada.

Digamos que Guillermo va a recluirse al baño, que azota puertas, se desabotona los dos primeros botones de su camisa, que se desajusta la corbata y que va directo al lavabo. Digamos que se moja la cara y digamos que arriba del espejo, como brillando como una estela de luz al final de un túnel, ve un anuncio publicitario: el de Carmina.

Ahora, digamos que Carmina por fin recibe una llamada. RIIINGGG.

—Sí, Sí, Carmina curadora de almas y facilitadora de suicidios, a sus órdenes.

—Eh…Tenemos una promoción de internet que puede interesarle. 

Es la muy oportuna compañía telefónica. 

—No, gracias, no estoy interesada.

Digamos que la persona que está del otro lado de la línea es Alberto, tiene que cerrar una venta por teléfono porque está a prueba. Los últimos tres meses no ha demostrado lo que alegó ser en su entrevista de trabajo: un profesional.

—¿Me permite contarle de qué trata esta promoción hecha exclusivamente para usted, pensando en sus necesidades y en sus hábitos de consumo y en su…

—No uso internet.

—Pero son cuarenta megas gratis durante dos meses, ¿no le parece atractivo?

Digamos que esta conversación sigue y sigue mientras Guillermo intenta comunicarse con Carmina. Digamos que Guillermo se desespera cada vez más y más con el tonito de ocupado de tin tin tin tin, quiere estrellar su celular en la pared del baño. Digamos que ya está a punto de hacerlo cuando escucha una voz que proviene del último cubículo del baño. “Acabo de oír un chiste de Australia y me acordé de ti”. Escucha Guillermo. Digamos que en Guillermo la palabra “Australia” ya tiene una configuración emocional predeterminada, que con sólo escucharla o leerla o predecirla, su cabeza se nubla: Australia Australia Australia. Siente que algo dentro, no sabe qué, cruje o se derrite o se desmorona o arde o se lo come el vacío o todas las anteriores o en el peor de los casos: ninguna. No lo sabe. Pero sobre todo no sabe precisar el dolor en el cuerpo, cosas que sí le pasa cuando siente un esguince, una migraña, uy, una gastritis. Pero no. Guillermo sólo sabe que eso que siente es dolor, y quisiera que la carne le gritara: ¡Aquí, el dolor está aquí! Pero ni eso tiene Guillermo.

Digamos que Alberto, el no-tan-profesional empleado que trabaja para la empresa proveedora de internet, es insistente y no va a colgar hasta que logre cerrar esa venta.

—¿Cómo es posible que alguien consuma cuarenta megas? —insiste Carmina—. Nadie necesita tantos.

—Usted no sabe lo que necesita, nosotros sí. Contrate. Es gratis. Por dos meses es gratis.

—Digamos que sí, que sí quiero el servicio gratis por dos meses, ¿qué pasa si me acostumbro a los cuarenta megas?

—Nadie se acostumbra a los cuarenta megas.

—Entonces, ¿por qué lo ofrecen?

Digamos que el supervisor de Alberto está observándolo, que tiene una tabla de esas que sujetan legajos de oficina donde suma los aciertos de Alberto, pero no encuentra qué sumar, así que resta, y Alberto trata de tranquilizarlo a señas: “Estoy por cerrar, estoy en una llamada y le juro por ésta que voy a cerrar”. Alberto se inquieta, revisa sus apuntes, sus argumentos knock-out, pero a un hombre al que se le escucha la muerte en la voz, no puede hacer uso de argumentos aprobados por especialistas. Así no funcionan.

Supongamos que Carmina ya se cansó de decir que ella no ve ni posible ni natural ni probable usar cuarenta megas. Digamos que Alberto respira profundo, que cierra los ojos y, sin pensar y sudando, dice lo siguiente:

—La idea de los cuarenta megas es que usted los tenga ahí dispuestos, dedicados a usted, porque usted nunca sabe cuándo los puede necesitar o cuando, supongamos, y sólo por decir, su mujer, con la que lleva veinte años casada, le es infiel con tres hombres y tres mujeres y un perro porque ella es así, pero no, no se preocupe, no lo hace al mismo tiempo, no se coge los cuarenta megas al mismo tiempo, no, Viejito, así no se puede, cada mega a su tiempo, cada verga a su tiempo, ¡así usted, señorita!, ¡así también usted!

Digamos que Guillermo cada vez se impacienta más porque no entra su llamada, que esa imposibilidad de conectarse con Carmina es un recordatorio nada amigable de que el flujo de la vida nunca corre por donde él quiere. Digamos ahora que Guillermo abre la llave del lavabo y toma de ahí, y el agua se ve sarrosa, amarilla y así se la toma Guillermo. Y le sabe. Porque no quiero que se malinterprete: A Guillermo le sabe la vida, pero eso no le importa, lo único que le importa son los recuerdos de Tania y esa sensación de cuando Dios lo veía desde arriba con un gesto de incredulidad: “¿A poco ese pendejo puede ser feliz?”, e imaginemos que Guillermo, mientras roía los huesos de la cadera de Tania, se daba el tiempo de mirar al cielo y hacer un gesto de: Sí, Dios, a huevo que puedo.

Supongamos que Alberto agarra confianza con Carmina y se pone a llorar desconsoladamente por el teléfono:

—¿Por qué mi mujer me hizo eso? ¿Por qué sólo tomó lo que le convino? ¿Por qué?

—Cálmese…

—¡Es que si usted no acepta esta promoción de cuarenta megas, me van a correr de mi trabajo y regresaré a casa con mi mujer y sus tres hombres y el maldito perro! ¡No tengo salida! ¡No la tengo! ¡Así que contráteme esta maldita promoción, por Dios! ¡Sufro! ¡Siento mucho dolor…!

Y como Carmina es una mujer de negocios, de un negocio que cada día va cayendo pero un negocio a fin de cuentas, ella está alerta, despierta y a la caza de un nuevo cliente.

—Y usted… ¿tiene idea de cómo terminar con su dolor?

—¡No! ¡No sé!

—Pues yo sí. Y tengo un certificado que lo acredita.

Digamos que Carmina le explica con puntos y comas sus servicios a Alberto, y que la venta que debía cerrar Alberto, la cierra Carmina. Alberto duda por un segundo y tapa el auricular del teléfono como quien calla a un niño que está a punto de gritar, pero al fin se decide, encara su realidad, huele la pestilencia de su existencia y contrata los Servicios Integrales de Suicidios Efectivos de Carmina. Supongamos que hacen los acuerdos correspondientes a todo cierre de ventas (nimiedades), y que Alberto hace una cita para verla justo en ese momento. Asumamos por lógica que Carmina accede, y que como epílogo a esta conversación, Alberto pregunta:

—¿Tengo que llevar algo en específico a su consultorio, Carmina?

—Claro, su vida.

Cuelgan. Digamos que a Carmina le surge una felicidad urgente, un nerviosismo alegre que hace que su estómago se entumezca. La vida le bulle en sus cachetes y en su mandíbula. La emoción de encontrar un cliente la hace salir de su consultorio y comprar flores de funeral.  “Para la suerte”, se dice.

Digamos que Guillermo anota la dirección que viene en el anuncio de Carmina y decide salir del bar. Todos los que se la están pasando bien, junto con el hombrecito de corbata de rayas rosas y camisa lavanda, le piden que se quede, Quédate, Guillermo, quédate. Pero él les pinta un Huevos, putos, me voy a la verga. Y digamos que nada de estas majaderías tuvo que decirlas porque se sobreentendieron con sus gestos al salir del allí.

Ahora digamos que Alberto toma su Cutlass del noventa y tres sin aire acondicionado, y se dirige al consultorio de Carmina.

Y también digamos que Guillermo toma su Jeep Patriot del año color carmín, y se dirige al mismo destino que Alberto.

Supongamos que Carmina camina con un canasto bajo el brazo, con unas flores radiantes, frescas, crujientes, vivas… Carmina tararea una canción que no se sabe, pero qué importa, la felicidad es así: un artefacto idiota, una mentira experta, un infantilismo extendido, y todo eso que dicen los otros especialistas. Los pies de Carmina apenas si tocan el suelo. Y Carmina sonríe, no sólo con sus labios, con los intestinos, con las venas. Todos sus órganos curveables se curvean para sonreír.  Así tan imbécil va Carmina. 

Digamos que en la calle Pánico, cerca del número catorce, en la colonia Mictlán en la Delegación Cero un Cutlass del noventa y tres sin aire acondicionado colisiona contra una Jeep Patriot del año color carmín, y en medio de estos dos automóviles que se embisten hay un cuerpo, el cuerpo de Carmina.

Supongamos que el viento fresco de esa madrugada acaricia las barbillas de Guillermo y de Alberto, y aunque la noche huele a verano y las estrellas tengan a Perseo en el firmamento, digamos que tanto Guillermo como Alberto no se sienten del todo bien.

Monterrey, Nuevo León. Mayo del 2016.

 

 

*NORA COSS (Sabinas, Coahuila, México. Junio 6, 1982) Dramaturga, directora de escena y narradora. Licenciada en Mercadotecnia por el ITESM Campus Monterrey y egresada del diplomado de Formación Literaria de la Escuela Mexicana de Escritores.

Becaria de CONARTE y del FONECA en la categoría de Puestas en escena (2005 y 2009 respectivamente). En dramaturgia ha recibido becas del PECDA (Coahuila) en la categoría de Jóvenes Creadores en el área de Dramaturgia (2012-2013) y en la categoría de Creadores con Trayectoria (2016-2017); asimismo fue beneficiaria del FONCA en la categoría de Jóvenes Creadores en el área de Dramaturgia (2013-2014).  Dentro del marco del XIV Encuentro Estatal de Teatro Nuevo León 2004, obtuvo el reconocimiento por mejor trabajo actoral. Como narradora ha sido premiada en el Tercer Certamen de Cuento Zócalo en Coahuila (2015) y en el 2018 obtuvo el Premio Bellas Artes Juan Rulfo para primera novela.

Ha escrito 15 obras de teatro, entre las cuales se destacan: “Aperturas”, “Sol de Invierno”, “De jueves a martes”, “Club de los Diagnosticados” y “Forever young/never alone”. Sus textos han sido montados en Monterrey y México, D.F. por su propia compañía de teatro Tartaruga Teatro, como por otras jóvenes compañías independientes. Su más reciente montaje fue su obra “Desarrollo teórico-matemático de un desamor”, versión Zoom. Este último proyecto fue beneficiado por el programa Espacios en resiliencia, convocado por el Centro Cultural Helénico y la Secretaría de Cultura (2020).

Cuenta con varias publicaciones en editoriales especializadas de Teatro, su más reciente publicación fue “Aperturas” dentro la Antología de Dramaturgia Mexicana Contemporánea de la editorial Paso de Gato. (2016). Su primera novela “Nubecita” fue publicada por la editorial Nieve de Chamoy (2019) en coedición con la Universidad Autónoma de Coahuila.

Como autora, ha sido invitada a festivales nacionales e internacionales, entre los que destacan: 2do. Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Monterrey, Nuevo León (2010), 10va. Semana Nacional de Joven Dramaturgia Querétaro, Querétaro (2012), X Semana de la Dramaturgia Nuevo León – CONARTE (2014), y en el XV Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá – Bogotá, Colombia (2016), y recientemente fue invitada a la Muestra DNI+D Nueva dramaturgia Iberoamericana en Red en Barcelona, España (2018).

            Actualmente es maestra de dramaturgia y tallerista en la escuela Literaria.