Por Gabriela Cordourier Real*
Junio 2021
La obra literaria de Juan Manuel Torres permaneció olvidada por varias décadas, quizá porque no fue muy prolija o probablemente porque, a su regreso a México en 1969, se deslindó parcialmente de la literatura para dedicarse a la creación de guiones cinematográficos. Poco tiempo tuvo para ampliar su obra, ya que murió a los cuarenta y dos años, dejando inconclusos varios escritos.
En 2001, en la antología Paisajes del limbo (Tusquets), Mario González Suárez lo trae de nuevo a escena y lo incluye con uno de los relatos del único libro de cuentos que publicó: El viaje. Veinte años después, Nieve de Chamoy publica el primer tomo (de cuatro) de lo que serán sus obras completas: Cuentos y relatos (2021). Dicha publicación hace un recuento exhaustivo de la trayectoria de Torres e incluye todas las reseñas que se han escrito acerca de su antología. Resulta interesante el contraste entre aquellas que se publicaron cuando salió a la luz El viaje y las más actuales: con el paso del tiempo se le mira con otros ojos. No obstante, existe un consenso respecto a la temática que predomina en sus relatos: el desamor, la soledad, el dolor, la pasión, y yo añadiría uno más por ser un tabú en su tiempo: el aborto.
Este primer tomo nos brinda la oportunidad de leer al autor como un todo. Torres tiene un estilo complejo, su narrativa no es lineal, más bien entrelaza la ficción con sus emociones, vivencias personales y reflexiones. La obra cuentística de Torres nos lleva a un viaje en la búsqueda del sentido de la vida, que en varios de sus relatos lo materializa en la mujer amada. En sus historias, el lector se sumerge en un ensueño para regresar abruptamente a una realidad que aparece como pretexto para despertar.
Sus primeros cuentos los escribió en 1961, apenas tenía veintitrés años. Son relatos anecdóticos que muestran a un escritor en ciernes. Entre 1962 y 1963 es cuando puede apreciarse un estilo embrionario que culmina en su antología El viaje (1969), la cual desarrolló durante su estancia en Polonia, mientras realizaba estudios en la Escuela de Cine de Lodz.
De estos primeros escritos no hay mucho qué decir acerca de su calidad literaria o de su aportación a la narrativa; sus temas centrales son la muerte y el desamor, este último constante a lo largo de toda su obra, incluso la cinematográfica. Resalta también su deseo obsesivo de regresión a la vida animal, a la sed de sangre de otro, particularmente del ser amado. Sus personajes revelan el impulso destructor descrito por Erich Fromm, que tiene por raíz la imposibilidad de resistir a la sensación de aislamiento, o quizá como una forma de trascendencia. Por ejemplo, en 1962 escribe Ha practicado la licantropía e Invitación al crimen relatos que, si fueran difundidos hoy en día, el autor sería linchado en las redes sociales por ser “un apologista del feminicidio”.
En El viaje es donde se encuentra el auge de su narrativa, no sólo porque desarrolla un estilo único, sino porque nos muestra una respuesta a esa búsqueda que lo acompañó durante toda su vida. Sus historias son atemporales; los espacios son una abstracción, importa lo que representan; los nombres de sus personajes se repiten constantemente, incluso, él mismo aparece y desaparece. Por eso nos aclara: «No nos dejemos engañar por las formas ni por las palabras. Hay que tener en cuenta que todo es un reflejo puesto a prueba de otros ojos carentes de piedad y misericordia».
El viaje se hace hacia adentro y hacia afuera en una espiral de fotogramas que se empalman en el reflejo de una sala de espejos. La estructura del libro nos habla de la odisea perpetua que es la vida, y cada quién decide qué papel desempeñar en ella.
El primer microrrelato, “No te olvides de nosotros”, remite al que espera; “En el verano” a aquellos que nunca regresan y mueren en la nostalgia que se vive en la soledad de los recuerdos que son propios y de nadie más; “En el mar” expone que, al alcanzar el sueño anhelado, éste se derrumba cuando se mira detrás de las máscaras: «Harriet no era sino uno de los reflejos de aquel hombre que a través de ella se había apoderado de mi cuerpo»; en “Para no despertar” el personaje decide olvidar su pasado para no volver, al parecer se ha construido una nueva vida. No obstante, su certeza se ve amenazada por la realidad en la que nos encasillan nuestros sentidos, por eso se pregunta: «¿Qué cosa reflejan los espejos cuando quedan abandonados, cuando no hay ningún observador que recoja sus imágenes?».
Y, finalmente, en “El viaje” nos dice que no hay que perder el rumbo: «la vida es importante en tanto que se puede experimentar y efectuar cosas por las que vale la pena vivir». La travesía es embustera «porque lo que puede dar sentido a la vida se halla cada vez más oculto y es necesario disponer de mejores instrumentos para descubrirlo». Quizá «lo verdaderamente importante sea el espacio comprendido entre una imagen y otra, tal vez lo fundamental suceda cuando no estamos, cuando cerramos los ojos para dormir o no dormir, para después creer que todo ha sucedido sin pausas». El personaje principal, en su obsesión por encontrar a la mujer idílica, devela que no hay que desistir en la búsqueda de lo que da sentido a nuestra existencia, por eso clama: «Deja de ser tan solamente un sueño mío, una mentira mía, un dolor mío, una soledad que intento borrar cubriendo de fantasmas el papel que me rodea, el vacío que me rodea, la muerte que me rodea». La vida es el viaje que no termina hasta que nuestra propia muerte nos encuentra.
*Gabriela Cordourier Real nació en la Ciudad de México en 1974. Es licenciada en Economía por el Centro de Investigación y Docencia Económicas. Se especializó en el análisis de políticas públicas en temas de desarrollo humano, pobreza, desigualdad, género, indígenas, entre otros. Ha sido editora y autora de diversas publicaciones para organismos internacionales, organizaciones de la sociedad civil y entidades gubernamentales. Es egresada del diplomado en escritura literaria del Centro Mexicano de Escritores Literaria. Participó en el libro de Teatro Mínimo. Volumen 1, colección de Gabriela Ynclán, (Padmira Ediciones, 2019) y en Lo fantástico no existe (Ediciones Periféricas y Literaria, 2021). Actualmente trabaja como correctora y editora, y en escribir su primera novela.