Reseñas

Infinito vendaval

Vendaval. Ivan Aivazovsky**

 

Por Mara Yudith Abdala Torres*

Perpetuos son los días terrestres sin ti.

Entre el aroma de tierra mojada,

sentada en el muro de adobe,

consigo desandar mi camino. 

Hombre que fue como un buque

y se ve como figurilla en papel de cebolla.

 

Tu vida primera junto a tu madre pequeña.

Pasé mi mano sobre tu cara y me nombraste: mamá.

Terminada tu juventud, vi tu cuerpo enfermo avanzar inclemente.

Dije: ¿recuerdas cuando te recostabas sobre mi pecho, hijo? 

Pronto volvías a ti mismo en pequeños relámpagos celestes

y me reconocías usurpando el lugar de mi abuela María.

Una consciencia sin explicaciones, ella estaba amándote en mí,

de nuevo se apaciguaba tu rostro, desvaneciendo tu dolor

pude creer que ella amaba la raíz de tu negra enfermedad

subyacente bajo tu piel, por tantos años enterrada.

Permanecí erguida a prueba de espejismos,

ella, emergió de una narración antigua y fui personaje.

 

Es extraño, la melodía ronca de su voz se sosegaba,

lo creía ver correr en el espesor amoroso del pasado.

¿Es esta la tierra?, preguntaste, no pude contestar,

mis ojos tristes siempre me delatan, hoy como ayer.

No busco sembrar relatos,

arden como brasas los momentos habidos,

únicamente no quiero aprender

a desconocer y olvidarle.

Pero mi egoísmo era grande; mi pecado,

verle pasar por crisis de dolor sin quejas,

recé deshecha, para que soltara su carga

y partiera como un soldadito marinero al mar.

Sus ojos moros y tristes habían perdido su ilustre metal,

una lentitud de octubre sorbía su existencia.

Regresaste a casa, con una tenue realidad de ocaso,

te fuiste sin prisas, dejando el reloj de mano en la mesita

y una piedad infinita perfumando el hogar.

Se desata el deseo oculto

que tengo de llorar el mar.

No te quedaste, padre, en la tumba de mármol,

tu dolor sordo se fue acomodando

en mi espalda, mi costado y mi corazón.

Amo el recuerdo de tus manos grandes.

Ven y libérame de esta inutilidad

en que me consumo,

con un abrazo que me apacigüe.

Aun me persigue la imagen

de tus pies helados, padre.

¿Dónde calienta el sol durante la fría muerte?

Padre, es raro saberse viva sin ti.

Después de la tormenta

todos los lugares fuiste tú

asomando entre  silencios,

una pluma de pájaro en la calle, un: estoy contigo.

Ahora tu amor pasa sobre mi rostro viejo,

dejando tu eterna ternura en mí,

me voy viviendo dentro de tus ojos moros.

La madurez me encontró

distraída, yo formaba

caminos en la arena suelta,

con hojas de poemas entre los dedos

y un pañuelo de seda en la cabeza.

Una vejez bella ilumina el puerto.

Leo en voz alta, como lanzando un beso al mar,

el oleaje suelta su música sin partituras.

Tengo mi muerte preparada en un aleteo de mariposa.

Me abandono a vivir, navegando entre las olas

que alumbran las infinitas sombras del ayer.

Amo las estrellas que flotan en el agua

y ver los barcos partir en el amanecer.

Abandoné la prisa al hablar,

ante mí, se detienen las palabras,

ahora hablo conmigo misma.

Despierto a respirar la madrugada de coral.

Los misterios del miedo son huellas de cangrejos

recolectadas sobre las olas plateadas

y mi soledad desnuda se ha postrado entre las dunas,

una abrigadora libertad me cubre…

¿Sabías que pronto nos veremos de nuevo, padre?

 

*Mara Yudith Abdala Torres es sonorense. Licenciada en Literaturas Hispánicas. Escritora, ilustradora, narradora oral, promotora de fomento a la lectura.  Mediadora de la Sala de lectura Ecos en las letras. Secretaria de Escritores de Sonora A.C., Coordinadora del X Encuentro de mujeres poetas en el Valle de las letras. Forma parte de la Cooperativa Voces Sonhora. Autora de los libro Alas de cigarra. Un grito de hadasPalabras traviesasCatarina primorosaRelatos Psicopompos. Tiene obra en antologías y revistas. Es egresada del Diplomado en escritura literaria del Centro Mexicano de Escritores Literaria. 

**Oleo sobre lienzo – 91 x 135 cm – 1839 – (Tretyakov Gallery (Moscow, Russia).