Textos

Guía en la muerte

Por Xóchitl Olivera Lagunes*

 

El primer cuento que leí de Guadalupe Dueñas fue Guía en la muerte. Lo encontré por accidente en el año que devoré la mayor cantidad de libros que pude en la biblioteca de la preparatoria porque solo cursaba la materia que había reprobado el ciclo anterior. No podría decir que me atrapó de una manera particular, o siquiera que pensé en él alguna vez después de aquella primera lectura. Esa atmósfera oscura, rocosa, subterránea, me provocaba más sensaciones desagradables que placer, por eso quizá decidí ocultar ese primer contacto en algún lugar de mi memoria que no visito con frecuencia. Y aún con ello es curioso que, por más que me obligué a no pensar en la existencia de un recorrido siniestro que me provocó una experiencia similar a la claustrofobia a través de las palabras, sin recordar siquiera el título del cuento o quién lo había escrito, tres años después, cuando visité por primera vez el museo de las momias en Guanajuato, el cuerpo momificado de la mujer que habían enterrado viva me resultó de lo más familiar. Se lo dije a Noémie, mi amiga con quien había hecho ese viaje de un fin de semana para el Cervantino. Nos detuvimos para leer la tarjeta de información ante la momia, pero a mí me parecía estar viviendo un deja vu. «Aquella mujer con los dedos deshechos, incrustados de astillas y quebrados hasta la falange, conserva su obesidad. En la estrechez del ataúd logró volverse boca abajo. El estómago se le escurrió libremente hacia un lado y el pesado cortinaje de grasa disecada le cubrió las caderas; el busto, de dimensiones repulsivas, quedó lamiéndole la espalda, y aspados los brazos en la última desesperación». No tenía el cuento a la mano para comprobar que describía aquella lúgubre colección de cuerpos perennes, pero la imagen se incrustó de tal forma en mi mente, que cada cierto tiempo la recordaba en una especie de ráfaga que de pronto se me convirtió en un pensamiento habitual.

   Noémie y yo continuamos con el ritmo intenso de aquel viaje. Eran tantas las cosas que queríamos ver o hacer, y tan reducidas las horas para repartir, que yo no volví a pensar en el cuento, en quién lo había escrito ni en aquella poderosa descripción de las catacumbas que resultaban un santuario más acorde para las momias que la construcción en la que habían adaptado vitrinas, nichos, pedestales y todo eso necesario para exhibir tantos cuerpos que no pertenecían a nadie. Noémie nunca supo de este recuerdo, pero seguro hubiera hallado las mismas similitudes que yo entre un cuento digerido por la memoria y lo que vimos en aquella ocasión.

   Noémie volvió a su país algunos meses después de aquel viaje, pero esa experiencia compartida la ató sin querer al recuerdo de Guanajuato y de sus momias.

   Este año Lola Ancira me regaló Gabinete de historias extraordinarias, una antología en la que ella y Miguel Lupián se dieron a la tarea de integrar, a manera de un carrusel de voces, estilos y temas, una colección de historias fantásticas de distintas latitudes y épocas. En mi afán de leer a la mayor cantidad de escritoras que me sea posible, busqué en el índice antes de comenzar. En la página doscientos treinta y siete hallé el título que parecía latir ante mis ojos: Guía en la muerte. Luego, por fin, el nombre que no había logrado recordar en casi veinte años: Guadalupe Dueñas. Leer la primera línea fue entrar de inmediato en ese sofocante lugar: “Una ráfaga de hongos marchitos hiere a los turistas que ambulan por el largo y subterráneo corredor de cantera”. Entonces pude ver que aquel túnel no conducía a las momias, aunque sí. Y no me llevaba al corredor rocoso y cerrado, aunque sí. Porque las palabras de Guadalupe Dueñas, escritas en ese orden, elegidas especialmente para decir lo que dicen, en realidad abren la puerta a ese otro mundo al que no nos atrevemos a entrar. Es el mundo al que pertenecen los fantasmas, los espíritus y los ancestros. Guía en la muerte es un mosaico de imágenes que se transforman en historias que, a su vez, nutren una superficie áspera, rocosa y afilada, la que leemos de corrido, imaginando que somos quienes contamos el recorrido y vamos tras el guía que podría ser el hijo de una de las momias. A veces tenemos un pie en un mundo, y otro en el otro. A veces tenemos un pie en el cuento, y otro en la vida real. Esa misma sensación es la que nos guarda el cuerpo si leemos, por ejemplo, Tiene la noche un árbol. Sin importar el tema, la voz o el tono de la narración, siempre vamos a balancearnos entre ambos mundos; siempre vamos a atravesar esa atmósfera.

   En una entrevista, Guadalupe Dueñas dijo que sus narraciones no eran fantásticas, porque todo lo que cuenta es parte de su realidad. Una realidad a la que todos y todas podríamos acceder si tuviéramos la sensibilidad para hacerlo. En mi caso, la puerta de entrada fueron las momias y el guía en la muerte. Leerla es un buen comienzo porque, aunque su época quedó en el pasado, su narrativa sigue vigente. Sin importar el momento, ese otro mundo que ella podía habitar ―o que la habitaba― también puede abrirse ante nuestros ojos, si sabemos mirar como ella miraba. Debería contarle esta anécdota a Noémie. Seguro será sencillo para ella leer Guía en la muerte. Con esto, además, podría comprobar que, sin importar el origen, el lugar o el idioma en el que se lea a Guadalupe Dueñas, la puerta es accesible

 

*Xóchitl Olivera Lagunes (Ciudad de México, 1985) estudió la carrera de ingeniería agrícola en la UNAM. Estudió el diplomado en escritura literaria en Literaria Centro Mexicano de Escritores. Ha publicado en la revista digital Cronopio y en El Universal. Su primera novela corta, Ojos de gato, se publicó en 2016. Es cofundadora de la revista digital Semillas de Sauce, donde escribe y edita. En 2020 ganó el premio nacional de novela joven José Revueltas.