Textos

Soledad entre alimañas

Frasco de «Mariquita» . Tonantzin Arreola**

 

 Por Julia Ivalú*

 

Primogénita de un matrimonio con catorce hijos, Guadalupe Dueñas envuelve su obra en soledad con un toque de desencaje. Pasando de convento en convento durante su niñez y juventud, sintiendo haber nacido con la maldad en ella, adquirió una capacidad bastante peculiar para encontrar historias hasta en los piojos.

   Contrario a lo que muchos pudieran pensar, los cuentos de Dueñas, lejos de ser fantasía, representaron muchas veces su propia cotidianidad. Su infancia, recalcitrantemente católica y pintada con tintes lúgubres por la presencia de su hermana Mariquita —cuyo cuerpecito guardado en un frasco de formol, acompañó a la familia durante años—, entre otros tantos eventos de ese mismo corte, resultó en un vasto pozo de inspiración para sus cuentos.

   En su primer libro Tiene la noche un árbol (1958), la voz narrativa, casi siempre femenina, vaga alrededor de sucesos siniestros que, si bien cotidianos, resultan invisibles para el ojo común, donde la soledad y la muerte se hacen presentes. “La tía Carlota”, el primer cuento de esta antología, nos abre la puerta al mundo de Dueñas: una niña inundada de orfandad nos dice “[Mi tía] No me quiere. Dice que traigo desgracia y me nota en los ojos sombras de mal agüero”. Con esa entrada al mundo interior de la autora, pasamos de una niña que se siente tan sola y abandonada como un viejo naranjo en el patio, a la divertida historia de una señorita en busca de trabajo que se ríe de sí misma, y más tarde a la muerte de la señorita Silvia, la antesala para la “Historia de Mariquita”.

   Es curioso: a pesar de que su obra está plagada de muerte, no se siente un miedo a esta, al menos no directamente. Quizá, más bien, a morir estando sola, a morir viviendo aislada, cual si se estuviera encerrada viva en un féretro cinco metros bajo tierra, sola, muerta-viviente, sin poder lograr que se alce la vida en una. Sus muertos, en “Tiene la noche un árbol”, en “La historia de Mariquita”, en “El Sapo” y “El moribundo” (algunos de los cuentos de la obra), son muertos condenados, atrapados, forzados a estirar y a exponer su existencia —ya muerta— entre los vivos. Un acto irónico de la vida, de obligar a la muerte a ser consciente de su estado inerte irrevocable.

   Queriendo buscar compañía en dicho paisaje desolado, los lectores vamos pasando de cuento en cuento como si levantáramos rocas para ver si encontramos algo o a alguien, y debajo de estas salen alimañas: sapos, cangrejos, arañas, ratas y hasta un chimpancé. Pero inevitablemente ninguna de estas compañías se queda, todas son temporales, todas una forma de reafirmar que la soledad es la que reina. Quizá es el costo de tener algo de magia.

   Eduardo Cerdán nos recuerda que esta autora es “una maravilla según Amparo Dávila, maga infernal para Pita Amor, hechicera cotidiana para Sabido, mala y fantasiosa como sus propios textos a decir de Inés Arredondo”[1]. Y es que sí, ella es una de las grandes brujas de la literatura mexicana, pues logra en ese acto alquimista que es la escritura, transformar sus dolores y tragedias cotidianas en relatos siniestros, pero con cierto consuelo de que, aún en medio de la soledad y la muerte, hay alguien ahí, acompañándonos. Ya es tarea de cada uno voltear a ver a las alimañas que nos hacen compañía en lo que esperamos la muerte.

 

*Julia Ivalú nació en la Ciudad de México en 1994. Es licenciada en animación y arte digital por parte del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (2017). Egresada del diplomado en danza terapéutica humanística de Sensodanza Terapia A.C. (2018), del diplomado en antropología del arte de LATIR (2018) y del diplomado en escritura literaria de Literaria Centro Mexicano de Escritores (2021). Actualmente es columnista en la revista feminista La Coyol Revista Literaria. Imparte talleres sobre narrativa y mitología con enfoque transdisciplinario. Asesora creativa y artista conceptual en el cortometraje “El Descenso”, proyecto seleccionado de la convocatoria de MUMA (Mujeres en el Mundo de la Animación). Con publicaciones en la antología Vita Contemplativa: Los invisibles, con el relato corto “So(m)bras” (Textofilia Ediciones, 2018); en la antología Teatro Mínimo I, con la obra “Se acerca un zopilote” (Padmira Ediciones y Literaria 2019); en la antología Cuerpo o inferno, con el poema “Gatonejos” (Ediciones Periféricas y Literaria 2020); así como publicaciones en diversas revistas y espacios digitales como Semillas de Sauce – Revista Digital y Poesía de Morras.

 

**Dibujo elaborado por Tonantzin Arreola, licenciada en Artes Visuales por la Facultad de Arte y Diseño (FAD) de la UNAM.

 

[1] En Guadalupe Dueñas, la hechicera siniestra a 15 años del silencio.