Textos

Arenas, adelanto de novela

Primer capítulo de la novela de Irma Porras, escritora que actualmente cursa su Diplomado en esta escuela. El texto es producto de su trabajo en la clase de novela de Alejandro Carrillo.

 

Hola:

Hace varios meses que quiero escribirte, pero me resistía a hacerlo, a molestarte con mis súplicas. Ahora lo hago por la vergüenza que me sube desde los talones a las orejas y las calienta tanto, que me las tengo que tocar para comprobar que no me han reventado. A ver si al escribir se me va quitando un poco la culpa.

           El lunes fui a la librería del centro, la que está cerquita de los dulces de Santa Clara ¿recuerdas? Quería un libro de Gilberto Owen que no he podido encontrar y ese era el último sitio en la ciudad donde buscarlo, pero ya ves, las cosas que más queremos se vuelven escurridizas. No tuve suerte, tal vez por eso ahora lo quiero más. En fin, estuve deambulando por los pasillos mirando otros títulos, un premio de consolación al menos. Nada, todo me parecía aburrido. Dicen que es natural desear más aquello que no se tiene, le vamos agregando valor por el simple hecho de parecer inalcanzable; como si por cada intento de obtenerlo le aumentáramos un cero al precio. El problema es que saberlo no sirve de nada, no disminuye ni tantito la frustración. Yo seguía en la librería y el coraje no se me bajaba ni dos rayitas por no haber encontrado el libro.

            La chica que me atendió volvió a acercarse para preguntar si podía ayudarme en algo más. Esta vez me llegó su perfume a sandía dulce. Me rasqué la nariz por el escozor y volteé a verla. Sí, ¿qué tal un café?, le susurré la última palabra y antes de terminar de hablar me aseguré de que nadie nos estuviera viendo. Ella sonrió y en voz baja me preguntó cuándo, como si quisiera parecer pudorosa, aunque su risita y sus pestañas que aleteaban muy rápido me apresuraron a decir, hoy, cuando salgas de trabajar.

            No compré nada, la esperé afuera de los dulces de Santa Clara. Ella salió y al verme se acercó mientras yo me comía un gallito de jamoncillo y pepita. Cuando la tenía enfrente le ofrecí la cabeza del gallo al que acababa de decapitar. No me gustan esos dulces, se quejó como si sospechara que le fuera a cambiar el café por el gallo.

          Caminamos un rato por el centro, le pregunté algunas cosas para parecer interesado: desde cuándo trabajaba en la librería y si le gustaba hacerlo, qué libros y cuáles eran sus autores favoritos, etc. No recuerdo nada de lo que me dijo. Mientras ella hablaba yo sólo elaboraba distintas versiones de la misma propuesta. Llegamos a una esquina y así como si nada le solté, vamos a mi departamento, ahí tengo un café de Oaxaca que me acaban de regalar y está delicioso. Yo creo que entendió muy bien el cuento, porque nomás llegamos cerré la puerta y nos lanzamos sobre el sillón de la sala como luchadores de la triple A. Nos besamos de forma tan torpe que en los intentos de amoldarnos nos golpeamos los dientes dos veces. La ropa quedó tirada en el piso como despojo de una invasión que duró poco.

          El auto aún seguía caliente cuando la saqué del departamento con el cabello enmarañado, ya no le preparé el café. ¿Me puedes regalar agua?, me dijo cuando daba vuelta a la cerradura. Es que se me acabó el garrafón, pero en la primera tienda compramos una botella.  Ni siquiera quise que entrara al baño, me aterró la idea al verla vestirse parada cerca de la puerta de mi recámara, como si empezara a acomodarse en ese lugar que era tuyo.

         Hoy viernes empieza la venta nocturna en la librería, le he estado dando vueltas, poniendo en la balanza los pros y contras. Y mientras más pienso, más vergüenza me da lo que hice. No, no me he vuelto puritano, no me refiero al sexo casual. Pero recordé que cuando le jalaba los pantalones para quitárselos, le pedí su teléfono según yo, para llamarle, como si ese gesto fuera la llave correcta de acceso. Por cada dígito, le daba ese número de mordiscos en las piernas o el vientre. Ella soltaba risitas y se retorcía con gemiditos que me hacían sentir orgulloso de mi desempeño. Le dije que así jamás se me olvidaría.

            La verdad es que no recuerdo ni su nombre. Lo que no olvido es que manejé hasta el otro lado de la ciudad por el periférico. Ya no hablamos, no le pregunté de su trabajo, sus autores ni sus libros favoritos. El silencio se acumuló en el auto como gas al que tuve que eructar por la ventanilla. Me detuve en un Oxxo que estaba en una gasolinera, ahí nos bajamos a comprar el agua. Apenas entramos hice como si alguien me llamara por alguna urgencia, de esas que ya ni un niño se las cree. Cuando me echaba de reversa la vi por un momento a los ojos, ella estaba ahí parada junto a la rampa de entrada, tenía la botella aún sin abrir en la mano, con las gotas heladas escurriéndose, así como yo lo estaba haciendo en ese momento.

          Ya sé, soy un patán, por eso ya no estás conmigo.

          Ahora mismo acabo de decidir que sí iré. La buscaré primero antes de ver los libros de oferta (lo prometo), seguro se me ocurrirá algo para salir del paso. Luego te cuento.

         Besos, E.

 

 

¿Me estás pidiendo consejo? Chale, tú solita te metes en camisa de once varas y luego vienes chillando a que te diga cómo arreglar las cosas. Además, qué es eso de escribirme mails, ¿por qué no agarras el pinche teléfono y me hablas? ¡Ah ya sé!, porque sabes que no sé escribirte todo lo que tengo que decirte. En fin, nomás te contesto por aquí pa que veas que seguimos igual de cuatas.

 Te lo voy a enumerar porque si no lo hago, pierdo el hilo. Ya me conoces. 

1.- Usaron condón ¿verdad?

2.- No puedo creer que te haya dejado sedienta en un Oxxo del periférico. Por cierto, ya no escribes cómo le hiciste para regresar a tu casa, quieres minimizar el asunto te conozco, pero lo que ese imbécil te hizo es para que lo castres ¡al cabrón!

3.- Bueno, tengo que reconocer que es ingenioso tu plan, aunque ya casi pasó una semana ¿cómo sabes que sí irá a la librería?

4.- ¿Usaron condón? (nunca está de más preguntar dos veces).

5.- Ahora sí, después del choro, despepita ¿qué tal está? Por lo menos ¿la sabe mover?

Te quiero, mensa.

 

Ayer recibí tu correo. Ya lo discutimos un montón y no nos ponemos de acuerdo, no te reclamo, pero es lo que siento. Me revienta que me dejes en visto en whatsapp y tres días después te aparezcas como si nada. Además, no se puede platicar nada serio contigo ahí. Acuérdate del día que te escribí que se había muerto mi amiga de la primaria. Tú, entre mensaje y mensaje mandabas puros memes del día de muertos, dizque para levantarme el ánimo. De llamadas, mejor ni hablamos. Yo aquí no puedo hablar y en tu trabajo, nada se oye por el ruido. Te levantas tardísimo y yo me acuesto como gallina. Así que mejor lo dejamos por aquí, y me contestas cuando puedas. El día que vengas a la ciudad te quedas conmigo y armamos pijamada, reventón y nos ponemos al día ¿te late?

        ¿Cómo está? Es guapo, tiene unas manos muy lindas y una sonrisa bastante pícara. Aunque es un mamón, se cree biblioteca andante, pero se le perdona porque seguro me quería impresionar. El pobrecito anda buscando Perseo Vencido como agua en el desierto y el día que sepa que yo tengo dos ediciones, se muere. El sexo estuvo… dos tres. Me pidió mi teléfono y me dijo que me llamaría, pero yo le inventé uno, ya sabes, típicos convencionalismos que tienen que cumplirse porque uno no puede expresar abiertamente que tiene deseos de coger y ya. Hoy fue a la librería a buscarme, o eso dijo. Más bien quería checar los libros pues empieza la venta nocturna. Pusimos a Proust en oferta.

        Mañana te escribo otro correo, acaba de llamar mi hermana. Quiere que cuide a los niños otra vez. 

        Yo también te quiero un chorro, cuídate por favor.

        Besos, Andrea.

         

Sobre la autora

Irma Porras es originaria de Orizaba, Veracruz, donde nació en 1972. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación y da clases de inglés y español como segunda lengua; también escribe cuento y poesía. Le encanta el café y los días nublados. Dos pequeñitos vástagos rondan por ahí: “Ella” y “Otto, el mago de la tarde de agosto”, publicados en la revista cultural El Chacuaco, año I número VII, 2019 Cuernavaca, Morelos.